31 mayo 2008

Entre lo probable y lo posible, algunas respuestas.

Sebastián Liera.

Hace unos días decíamos que la clase política ha hurtado o tomado prestado, o ambos, el lenguaje que, cito: “va y viene de entre bastidores y tras bambalinas [cuando, por ejemplo, hablan] de escenarios y actores sociales, y desprestigian al oficio teatral cuando por su ineptitud y cretinismo la gente los tacha de payasos o comediantes”.

Así, pues, escribíamos también, los payasos y los comediantes mismos, los cómicos de la legua que algunos somos y que a diferencia de las y los políticos sí hemos estudiado aquesto de ser actores y actrices, de subirnos a un escenario u otros etcéteras, tenemos la obligación moral de decirles a quienes hacen de la política su quehacer fundamental que, para construir ése mundo mejor del que tirios y troyanos se jactan de ser sus constructores, no estaría mal que empezaran por demostrar que más que posible, como decimos desde los movimientos antisistémicos, un mundo nuevo y mejor es probable.

En el güeblog, un lector, enésimo anónimo que nos tildó de “vendepatrias”, “panistas” y “salinistas”, amén de los que nos llamaron “zapatistas traidores” o “perredistas ramplones”, según fuera el caso, nos increpaba en medio tan sesuda y muy creativa adjetivación que posible y probable eran sinónimos. Posible y probablemente, nuestro distinguido y valiente lector (por aquello de esconderse en el anonimato) revisó el diccionario de la versión que posee del Microsoft Office Word que Bill Gates, a través de Carlos Slim o alguien más, le vendió.

Otro gallo le cantaría si desempolvara cualquiera de los diccionarios que tiene en su casa. Por ejemplo, Ramón García-Pelayo y Gross recoge en su Larousse Usual de 1985 como una acepción de posible: “que puede ser o suceder”, y de probable: “que es fácil que ocurra, verosímil”. ¿Son lo mismo? Por supuesto que no.

Puede ser o suceder que Calderón Hinojosa reconozca que se ha sentado en “La Silla del Águila” como resultado del fraude electoral en 2006 y que, en lugar de velar por la soberanía nacional que en caso contrario la Carta Magna le demandaría, no ha sino continuado la vergonzante contrarreforma que sus antecesores neoliberales han empujado hasta colocarnos en las postrimerías del porfiriato; pero no es fácil que ocurra ni, mucho menos, verosímil.

Puede ser o suceder que López Obrador acepte que ha sido partícipe de la traición que la izquierda partidista ha cometido contra sí misma y contra las izquierdas todas al rodearse de salinistas, sumarse al eufemismo de “error táctico” para justificar la puñalada al zapatismo en la aprobación de la contrarreforma foxista en materia indígena y coquetear con la Iglesia y la oligarquía para ganar, cueste lo que cueste, una elección federal por la Presidencia de ésta República del Esperpento; pero no es fácil ni tampoco verosímil que ocurra.

Para quienes hacemos teatro, la distinción entre lo probable y lo posible suele ser muchas veces, no siempre, más clara de lo que lo es para la clase política. Eso es porque, además de que cuando las y los políticos manosean como muchos otros el lenguaje escénico quitándole o tergiversándole de significados, contamos con herramientas como la “Teoría de Géneros” que nos legara la maestra Luisa Josefina Hernández (a quien, por cierto, le mandamos un abrazo por sus 80 años de vida).

José Agustín, lo decíamos en nuestra cita anterior, escribió hacia la última década del siglo pasado un recorrido por la escena política, social y cultural de este país al que, según nuestro modesto parecer, el maese Agustín caracterizó de manera muy atinada como una tragicomedia. Según la maestra Luisa, una tragicomedia es, dicho burdamente por nosotros, aquél drama en que el personaje protagónico va hacia una meta transitando a través de una serie de obstáculos de signo contrario que tiene que librar para alcanzarla.

Las siete décadas del régimen de partido de Estado, el PRI, sirvieron de marco para que la nación mexicana caminara hacia una meta de signo positivo: convertirse en un país democrático; sorteando una serie de escollos de signo contrario: represión, corrupción, clientelismo, miseria para grandes sectores de la población, abandono del campo, pérdida de la soberanía económica, incontables fraudes electorales, participación de la clase política en el negocio del narcotráfico, menoscabo de la vergüenza en medios de comunicación… ponga aquí, por favor, un largo etcétera.

Ése final de signo positivo, que no necesariamente feliz, estuvo a punto de ser alcanzado en el año 2000; pero, como dijimos antes, la carrera electoral por la Presidencia de la República del último año del Siglo XX quedó reducida a casi nada a lo largo de un sexenio que ni siquiera cumplió a cabalidad con el sueño de quienes el 2 de julio acudieron a las urnas con un motivo común: sacar al PRI de Los Pinos.

En lugar de acercarnos a la Utopía de Moro o la Barataria de Cervantes, parajes de lo posible, tocamos tierra en Foxilandia. Teatralmente hablando (y parece que también políticamente) caminamos de la tragicomedia que Vargas Llosa intitulara la “dictadura perfecta” del PNR-PRM-PRI, no al mundo de lo probable de un México democrático, como hubiera sido lo lógico y, sobre todo, lo ético; sino al imposible de un país “gobernado” por gerentes de la Coca-Cola, Sabritas y Pan Bimbo; donde nada extrañan la campaña mediática del Gordito Telmex, alterego de Slim, y la de González Torres con sus botargas del Dr. Simi, que son lo mismo pero más baratas.

Ya antes dimos muestras de cómo en éste contexto sólo pueden reinar el absurdo y lo grotesco, dejando como género por excelencia a su majestad la farsa. Algunas otras cosas se nos han quedado en el tintero, como explicar porqué aseguramos que la historia reciente de nuestro país podría contarse cual si fuera un cuento de los hermanos Grimm o una fábula de Esopo (como nos lo demandan nuestros anónimos y pugilísticos lectores); pero por ahora nos hemos extendido demasiado en aclarar aquesto de lo probable y lo posible, así que lo dejaremos para nuestra próxima cita.

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