A mi cuenta de correo electrónico llegan algunas noticias enviadas por amigas y amigos míos a quienes no veo desde que abandoné el altiplano del país, centro político, aunque no geográfico, de eso que llamamos la República Mexicana. Me emociono, me indigno, me envuelvo de ternura; me visto y me desvisto pasando de la esperanza a la desesperanza y vizconversa.
Una me comparte que el II Encuentro Nacional de Teatro en Tetela del Monte que se llevó a cabo a principios del mes fue un éxito y pregunta si nos animaremos a llevar algo para la tercera edición.
Otro me da cuenta de cómo el narcotráfico y sus dinámicas asociadas están poniendo en riesgo la red social en Morelos, particularmente en Cuernavaca.
Otro más me dice, entre cómplice y burlón, que David Hevia estrenó ya su versión de La vida es sueño, de Calderón, en Casa del Teatro, y me pregunta por la que yo estoy preparando con todo y loa de Sor Juana y entremeses cervantinos entresacados del Quijote.
Otra me platica de que Sara López, compañera del Movimiento Contra las Altas Tarifas de Energía Eléctrica en Candelaria, Campeche, presa de conciencia desde el 10 de julio de 2009, recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos “Don Sergio Méndez Arceo” este año, y me manda fotos de cuando entregamos ése mismo reconocimiento al general Gallardo y a la comisión organizadora de la consulta zapatista de 1999.
Y el último, uno de los que más extraño, me abre su corazón en medio del recuerdo que le vino a un año de la muerte de su hermano mayor, Josean, a causa del A/H1N1, en medio de la negligencia e ignorancia de médicos y funcionarios de salud: sus familiares están entre quienes recibieron la promesa, en este caso, de Marcelo Ebrard de que serían atendidos para evitar nuevos contagios o responder con prontitud a los que hubiera; promesa que no fue cumplida.
El cúmulo de sensaciones que unas y otras noticias me provocan me anima, pues, a romper el silencio que venía guardando y que a la larga no había sino expresado en sí mismo el carácter de mi ausencia: el autoexilio.
El país estaba desde entonces, el año de mi autoexilio, envuelto en una suerte de shock del que hasta la fecha no ha terminado de recuperarse por completo, enmarcado en los acontecimientos políticos por los que atravesamos durante 2006 (la mención obedece a razones cronológicas):
- El arranque de la Otra Campaña, iniciativa zapatista que entre otras características tuvo la de desmarcarse del todo de la autonombrada izquierda partidista mientras el Subcomandante Insurgente Marcos bajo su mote de Delegado Zero de la Comisión Sexta del EZLN emprendía el enésimo ejercicio de encuentro entre el llamado neozapatismo y la sociedad civil supuestamente organizada contra el capitalismo desde abajo y a la izquierda;
- El fraude electoral, que sirvió de piedra de toque al gobierno de facto que encabeza (valga el eufemismo) Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y que ha venido a significarse, más que la continuidad de la democratización del sistema político mexicano que algunos ingenuamente esperaron comenzaría con Vicente Fox, en el pase de magia que nos regresará a los viejos tiempos de la dictadura perfecta priísta, y
- La creación de eso que los asesores lopezobradoristas (salinistas de ayer y hoy) dieron en llamar la Convención Nacional Democrática; escenario más bien circense de múltiples pistas que se permutó en la erección de una también autonombrada presidencia legítima que con todo y águila republicana [sic] inviste y reviste de una paradójica rebeldía institucional al cada vez menos ex priísta Andrés Manuel López Obrador.
Por un lado, la Otra Campaña, que como su nombre lo sugiere tomó distancia del proceso electoral de 2006 para tender un puente en el que se escucharan entre sí los más diversos esfuerzos de organización social, política, económica y cultural que en México se declaran como anticapitalistas y antineoliberales, para de allí armar una agenda distinta a la de la clase política en el poder, fue reprimida brutalmente, ora de manera abierta y descarada, como en San Salvador Atenco y las comunidades Bases de Apoyo Zapatistas, ora en forma soterrada por todo el territorio nacional (porque no “todo México es territorio Telcel”) en contra de trabajadoras sexuales, pueblos indígenas en resistencia, jóvenes con proyectos que llaman contraculturales y un largo etcétera.
Por el otro lado, el gobierno calderonista, que para algunos artistas e intelectuales se caracteriza como propio de una “derecha moderna”, se ha encargado de significarse a todas luces como un régimen contrarrevolucionario que enfoca sus baterías a terminar de desmantelar los pocos derechos sociales, políticos, económicos y culturales que habían sobrevivido gracias a la resistencia de infinidad de personas, grupos, colectivos, organizaciones y pueblos contra 70 años de “revolución institucionalizada”.
Y, ¿por el centro?, el lopezobradorismo movilizando a miles o si se quiere millones de personas en contra de la privatización de la industria petrolera y poniendo más o menos en jaque a quien detenta la Silla del Águila; pero, al mismo tiempo, aliándose con grupos paramilitares en Chiapas, coludiéndose con los caciques priístas que se lanzan a campañas electorales, entregando la Ciudad de México al salinismo de corte camachista y guardando silencio de, por ejemplo, la privatización del servicio de agua potable que continúa en la capital del país con las lamentables consecuencias que ya muchos están viviendo por la falta del vital líquido.
¿El resultado?
El zapatismo, entendiendo por éste no sólo al EZLN ni nada más a las comunidades y pueblos indígenas en resistencia y rebeldía (pero sin olvidarlos), procesos autonómicos incluidos, no parece consolidar la mínima unidad operativa que pueda articular el Programa Nacional de Lucha que justamente desde 2007 se viene discutiendo de poquito en poquito; ni parece poder dar el salto cualitativo que necesita para pasar de la defensiva organización contra la represión a la ofensiva proliferación de proyectos que desde abajo y a la izquierda se emparejen a la experiencia de las Juntas de Buen Gobierno, cuya labor cada vez se ve más amenazada bajo el constante golpeteo contrainsurgente protagonizado por toda la clase política y sus fuerzas armadas.
La “derecha moderna” ha claudicado a su obligación de gobernar este país. Haiga conseguido la Presidencia de la República mediante la vía del fraude (como suponemos muchas y muchos) o la haiga alcanzado por el camino de un apretado y por eso cuestionado resultado electoral, la administración calderonista (perdón por el doble eufemismo) no ha hecho sino darnos la razón a quienes hemos sostenido que son los intereses de poderes fácticos y no la defensa de la soberanía, ni la construcción de la democracia, ni la persecución del bienestar común, ni el logro de una vida segura y digna lo que tiene al “Hijo Desobediente” de Castillo Peraza colgando sus calzones en Los Pinos; ahí están, como botones de muestra, la nueva Ley Federal del Trabajo que pretende hacer pasar en el Congreso de la Unión (con una cultura laboral vigente que ya de por sí es violatoria a la Constitución mediante contratos de terciarización), las reformas fundamentales en materia de uso y disfrute de energéticos (enmarcadas en la paulatina privatización de la industria petrolera y la desaparición de Luz y Fuerza del Centro), la entrega del control de áreas estratégicas en materia de seguridad al Pentágono, el FBI y la DEA (con oficinas de estas dependencias estadunidenses en la capital del país, patrullajes de sus agentes por todo el territorio nacional y entrenamiento de militares mexicanos por asesores extranjeros con residencia en México), la cada vez más clara reducción de las políticas culturales a favor del mercado y el turismo (donde lo mismo cantan Elton John en Chichén Itzá y Joaquín Sabina en Los Pinos, que en nombre del combate a la piratería y la suscripción a escondidas de acuerdos como el ACTA se violan garantías individuales), la privatización de bienes y servicios relacionados con los derechos a una salud y una educación dignas (una red de institutos de investigación en franco desmantelamiento y un Acuerdo por la Calidad Educativa suscrito fast track y, a veces, a escondidas) y su estúpida campaña criminal de combate al narcotráfico (haciendo que un problema de salud pública se convierta en un asunto de seguridad nacional, como lo dicta la Doctrina de Guerra de Baja Intensidad diseñada en Estados Unidos).
Mientras tanto, el lopezobradorismo, vía sus operadores políticos y sus intelectuales orgánicos, hace los más inusitados malabares para justificar lo injustificable y defender lo indefendible, entre juanitos, legisladores que siguen haciéndole gordo el caldo a la derecha, alianzas políticas vergonzosas con los asesinos y torturadores de sus compañeros de partido y, lo que quizás sea peor, capitalizando el más que obvio y justificado descontento popular para enfocarlo en sacarle la lengua a Calderón y, entre que se le dice de las mil y una maneras que es un espurio, terminar desgastándolo… hablo del descontento.
En tan esperanzador panorama, dado que a río revuelto ganancia de pescadores, el crimen organizado avanza. Allí están, por un lado, los cárteles del narcotráfico, expresión más visible de las redes que lo componen (niñas y niños para la pornografía infantil o la pederastia, mujeres para el lenocinio, hombres para el sicariato), pero que no son más que mero negocio porque en el capitalismo todo es susceptible de ser comprado y vendido, y, por otro lado, el partido político que lo hizo posible, le sirvió la mesa, lo procura y lo alimenta; el que en ancas de una cara bonita atlacomulqueña o una larga carrera en el aparato de seguridad nacional con olor a carne asada espera el dulce retorno a Palacio Nacional, ora sentándose a Calderón en las piernas, ora con el brazo levantado en señal de victoria por López Obrador; el que sí sabe cómo hacerlo (ahí están el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y la sociedad que más consume narcóticos en el planeta, la estadunidense, para dar cuenta de ello en su doble papel de avales y testigos): el PRI… y sí, sigo hablando de crimen organizado.
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