El estado de Morelos venía de la defensa de Tepoztlán en contra del Club de Golf, el avance de la oposición por la vía electoral y la lucha por la renuncia de su goberladrón, el general Jorge Carrillo Olea. En medio de todo ello, diarios de circulación nacional como La Jornada y Reforma realizaron una destacada labor periodística; no así los medios de comunicación locales que, salvo honrosas excepciones como El Regional del Sur, continuaron haciendo un uso faccioso de la información, desdeñando la palabra de aquellos sectores que se estaban convirtiendo en los protagonistas de los verdaderos cambios en la entidad.
Por eso, cuando la noche del 23 de septiembre de 1999 Francisco Guerrero Garro, Juliana García Quintanilla, Harriet Goff, Mónica Rebelo, Gerardo Ortiz Domínguez, Víctor Hugo Bolaños, Gabriel Iturriaga, Baltazar López Bucio y Manuel Meneses encabezaron a nombre de diversos sectores progresistas de la multimentada sociedad civil y de la empresa Desarrollo de Medios la creación de La Jornada Morelos, quienes fuimos testigos de ello no podíamos sino congratularnos y comprometernos a hacer de éste también nuestro proyecto.
Así lo entendimos todas y todos los presentes, empezando por Francisco Guerrero, su primer director, y Manuel Meneses, quien acudió en representación de Carmen Lira, directora general de La Jornada. Los dos hablaron de compromiso para con las lectoras y los lectores, de ejercicio periodístico profundo, veraz, honesto y oportuno; pero, sobre todo, de dar voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.
Sería Juliana García Quintanilla, giganta como siempre, quien luego de afirmar que la verdad no admite medias tintas se atrevería a ponerle el cascabel al gato:
“Estamos ante el nacimiento de una Jornada largamente esperada […] Atrás van quedando ensayos, dudas y temores de lo que pudo haber sido y no fue […] Asumamos colectivamente nuestra memoria a través de un periódico que recoja en sus páginas todos los pedacitos que de ella andan sueltos por ahí, que de la responsabilidad individual que a cada quien nos toca asumir nadie nos librará […] El tiempo, ese juez implacable, acaba por poner a cada quien en su lugar.”Entre el movimiento estudiantil que había estallado en la UNAM en abril de ese mismo año y la instauración del terrorismo de Estado que actualmente padecemos, pasando por los procesos electorales de 2000 y 2003, el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, el desafuero contra Andrés Manuel López Obrador, la represión como modus operandi de todos los partidos políticos en el poder y el fraude electoral de 2006, la sociedad atravesó (y aún lo hace) por un largo pantano donde ha tenido que demostrar que su plumaje es igual al del poeta.
Han pasado nueve años desde aquella noche en que brindábamos en medio de enormes pendones ostentando algunas noticias de ocho columnas emblemáticas en la historia de nuestro periódico madre; ha sido justo el mismo tiempo que le llevó a la clase política en el poder arrinconar a esta nación nuestra que parece desmoronarse por obra y gracia de un sistema infame y un modelo de producción criminal.
El tiempo, como había dicho Juliana, fue poniendo a cada quien en su lugar. A raíz de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el zapatismo refrendó su deslindarse de la izquierda partidista y obligó a que los artistas e intelectuales que le habían acompañado desde los medios de comunicación, como La Jornada misma, se definieran también; ésta terminó apostando por el partido de la izquierda oficial, el PRD, y cerró casi por completo sus espacios para con la palabra zapatista, llegando inclusive a adjudicar declaraciones y actitudes al jefe militar del EZLN que éste no había hecho ni tenido.
El zapatismo seguía siendo, para decirlo con Carmen Lira, parte de los sectores sin tribuna; El PRD, ocupando su lugar en la esfera del poder, ya no. Sin embargo, La Jornada mantuvo su apuesta por un partido que terminó por mostrarse en toda su podredumbre. Es verdad que entonces el periódico se inclinó por el lopezobradorismo (fieramente atacado por la burguesía a la que su mismo dirigente había coqueteado), más que por el perredismo todo, y que medio abrió de nuevo las puertas al zapatismo; no obstante estaba muy lejos ya de lo que constituía su mandato fundacional, algo que se reflejaba también en sus proyectos regionales.
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