México, 1968, 2008, da igual; la Patria, ése ente que nadie atina bien a bien a describir qué o quién es pero cuyos pechos exuberantes se anuncian bajo las ropas del cuadro de González Camarena que la Secretaría de Educación Pública hiciera famoso en las portadas de sus libros de texto gratuitos, se apresta a recibir la más maratónica de todas las mentadas que una sola madre haya recibido haciéndole zumbar los castos oídos (porque ése y no otro calificativo cabe a los receptáculos sonoros de una madre, ¿verdad señor arzobispo?).
Atrás quedaron, frescas o marchistas, según la memoria de cada quien, manifestaciones como aquella del 27 de agosto pasado en que el CNH y la Coalición de Profesores salieron del Museo de Antropología e Historia unas horas después de que los médicos residentes e internos del Hospital General se declararan en huelga de solidaridad con el movimiento estudiantil. Ya desde entonces, quizás antes, porque lo autoritario no quita lo servil, más bien suele acentuarlo, soldados y policías vigilan que los manifestantes no causen daños a la embajada de Estados Unidos. Sin embargo, la fiesta continúa; desde las aceras y los edificios, los mirones aplauden a los contingentes que al pasar por el Caballito vociferan contra la prensa vendida y frente al Hemiciclo a Juárez lanzan porras y vítores al Benemérito de las Américas.
Eran las 6 de la tarde, tal vez un poco más, cuando los primeros grupos de manifestantes se preparan a arribar a la plancha del zócalo por primera vez en lo que va del movimiento; les recibieron, con esa mojigatería que luego acusa aires de provocación, el repicar de las campanas de la Catedral Metropolitana y la iluminación artificial de su fachada. En el mero centro, las y los oradores se suceden uno tras otro, lo mismo que los nombres de las y los pres@s polític@s del régimen mientras desde Lecumberri o Almoloya (agora penal del Altiplano), da igual, se escucha la palabra de Demetrio Vallejo como podría resonar la de Ignacio del Valle. Al final, como para que no diga el mal gobierno que todo esto se trataba de agitadores extranjeros, la gente cantó el Himno Nacional que compusiera González Bocanegra para responder a la convocatoria de un tal Señor López, prendieron miles de antorchas de papel que iluminaron, si no México, sí la Plaza de la Constitución, escucharon las arengas de un estudiante (quien luego de ser señalado como delator para limpiar su nombre chambearía en la Procuraduría General de la República) que propuso quedarse en guardia permanente hasta el 1 de septiembre y se retiraron dejando sólo a algunos estudiantes en improvisado campamento con todo y fogatas.
La fiesta no duraría mucho, pasada la media noche, elementos de la policía capitalina llegaron al Zócalo y advirtieron con magnavoces: “Ya han permanecido demasiado tiempo en este lugar. El zócalo es plaza pública de uso común. La acción de ustedes contraría el artículo noveno constitucional. Se les invita a que se retiren”. La “invitación” iba aderezada de soldados de los batallones 43º y 44º de Infantería y el 1º de Paracaidistas, 12 carros blindados de la guardia presidencial, 4 carros de bomberos, alrededor de 200 patrullas de la policía preventiva, 4 batallones de tránsito y unos 10 motociclistas de la Dirección General de Tránsito que se aproximaban por las calles adyacentes a la plancha de cemento, demostrando que Díaz Ordaz tiene más similitudes con Calderón Hinojosa de las que podría pensar Rodríguez Zapatero. La única vía libre que dejaron los autonombrados guardianes del orden para el desalojo fue la calle de Madero; pero, a eso de la 1 y media de la mañana, al grito de “¡Viva News Divine!” los carros blindados se lanzaron, faros y sirenas prendidos, sobre la retaguardia de los grupos de estudiantes provocando una estampida (lo que prueba que Corona del Rosal tiene más parecido con Ebrard Casaubón de lo que podría suponer Poniatowska Amor). La persecución llega hasta San Juan de Letrán, donde los militares acorralan a los manifestantes, cortan cartucho y golpean a los manifestantes con las culatas de los rifles (dando señas que Cueto Ramírez y Reyes García tiene, como bien saben Herrejón Caballero y Kuri Terrazas, más semejanzas con García Luna y Medina Mora de lo que usted, improbable lector, puede creer).
Al mediodía, el gobierno del Distrito Federal organizaría una ceremonia para dizque desagraviar a la bandera nacional (quizás porque recientemente había sido votada como “la más bonita del mundo”, porque si de desagravios se trata ya le hubieran prohibido al PRI seguir usurpando los colores de la susodicha); para ello, al más puro estilo del régimen, que después copiarían otros que a luego dicen querer mandar al diablo sus instituciones, haría traer empleados de limpia y transporte, burócratas de Hacienda, Educación y algunas representaciones sindicales y demás personajes del clientelismo vuelto práctica gubernamental. Con lo que no contó Corona del Ebrard es que al llegar a la plancha los burócratas corearían: “¡Somos borregos!”, y siguiendo al insigne Tin Tán rubricarían: “¡No vamos! ¡Nos llevan!”. Pronto, todo salió del control del gobierno y, para acabarla de amolar, la bandera se atora a media asta como en señal de luto; así que, pa’ las pulgas del régimen que en unas semanas sería anfitrión de los muy pacíficos juegos olímpicos, pasando las 2 de la tarde 14 carros-tanque avanzaron contra la multitud, mientras de Palacio Nacional varias columnas de soldados a bayoneta calada se lanzan sobre la gente atacándola. Por la noche, el ingeniero Heberto Castillo sería agredido frente a su domicilio al parecer por agentes del servicio secreto (que si los han pillado no ha de ser tan secreto… o, a lo mejor, el secreto es que no se sabe qué servicio es el que ofrecen, amén de golpear luchadores sociales). Por su parte, Fidel Velázquez, quien en 1994 repitiera aquello de “mátenlos en caliente” respecto al EZLN, declararía que “cualquier medida que tomen las autoridades para reprimir la actual situación estará plenamente justificada y será respaldada por el pueblo y creo que ha llegado la hora de tomarla”.
(Con información de Cronología del movimiento estudiantil mexicano de 1968, de Consuelo González e imágenes de La gráfica del 68. Homenaje al Movimiento Estudiantil, editado por el Grupo MIRA).
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